El mercado del oro está protagonizando en las últimas semanas un movimiento alcista de gran calado, impulsado por varios factores macroeconómicos y geopolíticos que se han conjugado para elevar su atractivo como activo de refugio e inversión estratégica. Según un análisis reciente de Cinco Días, el precio del oro se desplomó por debajo de los 4.000 dólares la onza el pasado 27 de octubre, tras un repunte del optimismo por un acuerdo comercial entre Washington y Pekín. Sin embargo, ese retroceso se produjo inmediatamente después de que el metal precioso alcanzara nuevos máximos históricos, superando por primera vez la barrera de los 4.000 dólares por onza, tal como informó La Vanguardia.
En lo que va de año, el oro acumula una revalorización de más del 45%, llegando incluso a superar el 50% en algunos momentos, según la misma cabecera. Se trata de una de las mayores subidas anuales desde finales de los años setenta. El País detalló en un reciente reportaje que los fondos de inversión vinculados al oro han obtenido rentabilidades excepcionales, en torno al 54% en lo que va de 2025, y que la demanda de este activo ha crecido tanto entre inversores minoristas como institucionales, convirtiéndose de nuevo en un símbolo de estabilidad en tiempos de incertidumbre económica.
Este crecimiento responde a una combinación de factores estructurales y coyunturales. Entre los estructurales, destaca la debilidad del dólar estadounidense, que hace que el oro —denominado en esa divisa— se vuelva más atractivo para los inversores que operan en otras monedas. También influyen las dudas sobre la sostenibilidad de la deuda pública de Estados Unidos, que han reducido la confianza en los bonos del Tesoro como refugio tradicional, así como las políticas de los bancos centrales, que siguen apostando por mantener tipos de interés relativamente bajos y han incrementado sus compras de oro para diversificar sus reservas y reducir la exposición al dólar.
En cuanto a los factores coyunturales, las tensiones geopolíticas y comerciales han actuado como detonante. Los conflictos en Oriente Medio, la guerra en Ucrania, los cambios en las cadenas de suministro y las sanciones cruzadas entre potencias han elevado la percepción de riesgo global. A ello se suma la expectativa de que la Reserva Federal podría comenzar a recortar tipos de interés en los próximos meses, lo que hace menos atractivos los activos de renta fija y eleva el atractivo del oro. Según Cinco Días, incluso la incertidumbre política interna en EE. UU., con amenazas de cierres parciales del Gobierno federal, ha empujado a muchos inversores hacia el metal dorado.
Por otra parte, la demanda institucional y la inversión a través de fondos cotizados (ETF) han crecido de manera notable. Cinco Días subraya que las compañías mineras y los ETF especializados en oro han recibido importantes flujos de capital, con rentabilidades que en algunos casos han superado las del propio metal físico. Los bancos centrales también continúan comprando oro de forma sostenida, en especial los de economías emergentes, como estrategia para fortalecer sus reservas y reducir su dependencia del dólar.
El impacto de esta fiebre dorada ya es visible en los mercados: el oro al contado alcanzó máximos históricos por encima de los 4.300 dólares la onza a mediados de octubre, antes de sufrir una corrección de más del 5% en apenas unos días. La Vanguardia atribuye esa caída a una recogida de beneficios lógica tras las fuertes subidas, y advierte que una “fase de consolidación” podría preceder a nuevas alzas, más estables. De hecho, muchos analistas estiman que el precio podría acercarse a los 5.000 dólares por onza si persisten los riesgos globales y las políticas monetarias se mantienen acomodaticias.
Aun así, los expertos consultados por El País y La Vanguardia alertan de ciertos riesgos. Parte de la subida del oro podría estar impulsada por un fenómeno de “miedo a quedarse fuera” (FOMO), más que por fundamentos sólidos. Si el dólar se fortalece o si los datos económicos estadounidenses muestran una recuperación más firme, el oro podría experimentar nuevas correcciones. Además, su volatilidad ha aumentado: aunque sigue siendo un activo refugio, no está exento de movimientos bruscos a corto plazo.
Pese a ello, el consenso entre analistas es que el oro seguirá desempeñando un papel clave como cobertura frente a la inflación, las tensiones internacionales y los riesgos financieros. En un entorno global marcado por la deuda elevada, la incertidumbre política y los cambios estructurales en los flujos comerciales, el metal precioso ha recuperado su brillo como símbolo de seguridad. Tal como resume El País, “los fondos que invierten en oro brillan como nunca”, reflejando el renovado interés de los inversores por un activo milenario que, una vez más, se consolida como refugio ante la volatilidad de los mercados.
En definitiva, el mercado del oro ha vivido semanas de gran euforia y de fuertes movimientos, alternando subidas récord con correcciones intensas. Su comportamiento refleja la tensión entre un contexto de incertidumbre global y la búsqueda de seguridad por parte de los inversores. Aunque nadie puede asegurar que la escalada continúe sin pausa, lo cierto es que el oro ha vuelto al centro del escenario financiero mundial y, según los principales medios económicos, su papel como activo refugio sigue más vigente que nunca.

